Era más bien callado, no era sociable, y vivía apartado, en busca de soledad, en su jardín encontraba la inspiración para sus obras.
Estaba convencido de que no era una persona excesivamente interesante.
De él mismo hablaba así:
“Sé pintar y dibujar. Yo mismo lo creo, y también otras personas dicen creerlo. Pero no estoy seguro de que sea cierto.
Sólo dos cosas son seguras: “No me interesa la propia persona como objeto del cuadro, sólo otras personas, especialmente las femeninas, pero más me interesan otros fenómenos. No hay nada especial que ver en mí. Soy un pintor que pinta día tras día, de la mañana a la noche.”
“La palabra, escrita o hablada, no es mi fuerte, y mucho menos cuando tengo que expresarme sobre mí mismo o sobre mí trabajo.”
“Por esta razón habrá que prescindir de autorretrato artístico o literario de mí. No es motivo alguno para apenarse. El que quiera saber algo sobre mí _como artista, digno únicamente de atención_ deberá observar detenidamente mis cuadros e intentar reconocer en ellos qué soy y qué quiero.”
El caleidoscopio mágico: “La Virgen”.
Sus paisajes cargados de fuerza mística, eran su fuente de calma y meditación:
“Un simple girasol plantado por Klimt en un caos floreciente, está allí como un hada enamorada cuyo ropaje verdegris fluye como una cascada de estremecedora pasión. El rostro de un girasol, tan secretamente oscuro en su corona de rayos amarillo dorados, tiene para el pintor algo místico, podría decirse algo cósmico. ¿No es este el aspecto de un eclipse solar?.
Ludwig Hevesi.
“El girasol”.